jueves, 7 de junio de 2012

Una de dos

Para el ingeniero Mauricio Noyola Corona,
paciente asesor informático de quien esto escribe.
 
 
Ciertamente aburrido, para colmo de males con tiempo de sobra, ayer me senté a pensar en los mecanismos (conscientes e inconscientes, voluntarios e involuntarios, adquiridos y atribuidos) que emplean las moscas para provocarnos fastidio y sacarnos de quicio: estúpidos seres ociosos que zumban, rebotan, revolotean; revolotean, rebotan y zumban; y por si lo anterior fuera poco, a veces pretenden introducirse en el cerebro a través de nuestras orejas.
 
 
Después de sentir un breve hormigueo, con el dedo meñique de la mano izquierda escarbé en mi oreja derecha: extraje una grasienta pasta amarilla que, a fuerza de amoldarla entre el pulgar y el índice, transformé en una esfera del tamaño de una canica.
 
Cuando la deposité sobre el buró, percibí un zumbido que no distrajo mi atención; pero después de un rato observé que la esfera —ligeramente agrietada— comenzó a dar pequeños saltos.
 
El fenómeno me tenía cautivado. Con objeto de alentarla en su propósito arrojé la canica hacia arriba —para que pudiera seguir por su cuenta—, pero se deshizo en el suelo. De su interior salió una mosca entre verde y azul que empezó a volar torpemente; a llenar mi habitación de conversaciones, música, sonidos que yo nunca había escuchado y que ciertos amigos me habían exigido en vano que recordara, para finalmente deducir que padecía de lagunas mentales o de sordera crónica.

No hay comentarios:

Publicar un comentario