sábado, 23 de junio de 2012

Te hubieras quedado allá


A mí no me cuenten:
yo conocí en persona a Luz-bel.
 Y si les parece poco,
sepan que viví, dormí y me acosté con él.

Gonvazman


Cómo quieres que te crea, no inventes: ¿después de lo que hiciste, luego del daño que provocaste y de la cantidad de gente que te llevaste entre las patas?

El que nació para maceta no pasa del corredor, eso es definitivo y no tiene vuelta de hoja; pero me parece que te excediste un poco.


Durante un tiempo quise creer en tu papel de heroína feminista, condenada a la custodia de tus padres por ser la menor de tu familia: santa joda, Batman. Cualquiera se hace amigo de una
mujer que pasa por alto las tradiciones familiares y decide buscar su destino en la ciudad más poblada del mundo: en la boca de un lobo.

Cualquiera se enorgullece de tener a su lado a una mujer indígena que no sólo promueve sino vive la igualdad de razas y de géneros. Pero si hubiera sabido de antemano en qué clase de mierda tan fea te ibas a convertir, contrato a unos mariachis para que te canten “Las golondrinas” el mismo día que te conocí.

El que nació tepalcate ni a comal tiznado llega; pero si he de ser honesto contigo, como tú nunca lo fuiste conmigo, sólo puedo decirte que te hubieras quedado allá.

Los padres que desean cancelar la libertad de una hija —como supuestamente querían hacer contigo— no le permiten ir a la universidad. Pero al ahorcado de arriba le cae la soga, cómo no lo pensé antes: la
adiestran en las labores de la casa y la cocina. Salir al mundo equivale a tomar conciencia de lo que sentimos y lo que somos a través de lo que hacemos; como sucedió contigo, no voy más lejos.

Claro que la cultura y el conocimiento no se oponen a los chantajes sentimentales y a las mentiras, dos de tus estrategias preferidas; pero para los numeritos que hiciste y para la calidad de lo que cosechaste, te hubieras quedado allá.


Puede sonar petulante mi punto de vista; sólo piensa que te conocí de otra manera, y por eso me atrevo a decírtelo como suena. En aquel entonces (cuando eras una mujer inquieta, rebelde, comprometida y ansiosa por leer algunos autores latinoamericanos), me regalaste un casete con una cita extraída de Primavera con una esquina rota, de Mario Benedetti, que hablaba precisamente de la necesidad que tenemos en ocasiones los seres humanos de realizar ajustes veraces de cuentas.



Pero a la escasa luz de las tinieblas que sucedieron después, no ha dejado de intrigarme cómo habrás interpretado la novela: me resisto a pensar en una premonición. No debiste dejar a tus padres, Luz; te hubieras quedado allá.


Y vuelve la burra al trigo; pero esta historia parece una telenovela idiota, dirigida por un idiota y actuada por dos idiotas, valga la rebuznancia.


Juro que no puedo hacer otra cosa en este momento sino preguntarme: ¿hasta dónde puede llegar una persona cuando se empeña en adueñarse de otra, que todavía se da el lujo de involucrar a otra (Pues yo lo voy a tener y tú hazle como quieras) y que finalmente decide presentarse ante el mundo como una víctima de la situación?

Despreocúpate: a cualquier mujer defendería en una discusión como la que tuviste con mi amigo el día que nos conocimos. Pero tú te hubieras quedado allá. En efecto: ya desde hace mucho tiempo es hora de que la mujer tome iniciativas con respecto al amor y frente al sexo; pero me parece que existen decisiones que hoy, mañana y siempre serán de dos.




Quizá te parezca anticuado; pero no olvidaré todas las veces que dije que la maternidad se piensa, se planea y se presupuesta (con papel y lápiz en la mano si es necesario) antes de enfrentar la responsabilidad. Yo no tendría cara para seguir vivo (lo escribo así, con todas sus letras) si te hubiera dicho que tuviéramos un hijo y después diera media vuelta.


Con el tiempo llegué a pensar que esa parte de mi vida fue, hasta cierto punto, comprensible; sólo pagué cara la confianza que deposité en ti. “Así como hagas tu cama dormirás de calientito” —decían que decía el padre de mi padre, y con sobrada razón. El tiempo se encargó de poner nuevamente todo en su sitio; aunque también tuve que echarle una mano grande, dicho sea de paso, y por eso te mandé a la chingada.


Dios no cumple caprichos ni endereza jorobados.


En aquel entonces yo era un escritor hambriento de experiencias, y con esto no pretendo eludir mi parte de responsabilidad; pero para reconstruir esa parte de nuestra vida deberás aceptar que, en todo momento, te dije que yo no estaba enamorado de ti.

Inclusive bajo esa circunstancia —ante la llegada de Santiago— intenté hacer una relación de pareja contigo; pero lo que mal empieza, acaba peor. El que nace barrigón, aunque lo fajen de chico. Hasta vergüenza me da escribirlo, por lo ridículo que suena, pero así fue: intenté poner amor donde no había, y pinche solución tan pendeja.

(Por eso hicimos el plan de que yo la acompañaría durante el embarazo y después pasaría con nuestro hijo un fin de semana cada quince días, pero parece que lo olvidó pronto. Háganme el pinche favor: cuando nuestras diferencias llamaron a la puerta de la casa para pedirme que me fuera.)



Como el título de aquella vieja película, nunca te prometí un jardín de rosas. Por eso quisiste entender la separación como sinónimo de guerra; y por si fuera poco, la batalla estaba comenzando apenas. Ahora entiendo por qué insistía tanto Estela Ruiz Milán: las relaciones indefinidas por lo general se terminan definiendo de formas terribles.”

En toda contienda una buena cantidad de inocentes son arrasados: al que nace pa’ tamal del cielo le caen las hojas. Pero aun dentro de la guerra, por absurda que pueda parecer, existen códigos de ética: lo que no acabo de entender es la actitud que adoptaste hacia Santiago, a quien esperabas o decías esperar con tanta ilusión.

Porque un hijo no se utiliza como arma, como estandarte y como escudo al mismo tiempo. Porque cuando decidiste traerlo al mundo yo no gozaba de un ingreso económico estable, y tú lo sabías; pero cuando llegó en ningún momento me desentendí de él. Porque aprendí a bañarlo, a cambiarle los pañales, a darle de comer y a atenderlo como corresponde; y porque incluso el poco dinero que gané fue compartido.



(Juro que trato de imaginarla llorando y diciéndole a mis hermanas que nunca la apoyé y que jamás le di dinero, y ya no me cuesta ningún trabajo; más aún cuando las últimas palabras que oí de su boca en aquel entonces fueron Déjanos en paz, aunque no nos des dinero. Hasta digna se ponía en todas las discusiones que teníamos. Por eso le digo que se hubiera quedado allá. Me pregunto si en el fondo sería capaz de reconocer cuántas veces le pregunté y me respondió lo mismo, luego de ver cómo lloraba casi por cualquier motivo.)

“—Qué te pasa, Luz Heréndira: ¿qué tienes?

“—Nada.”

(Menos mal que no pasaba nada…)



En ningún momento te pedí que tuvieras controlada la situación que se nos estaba presentando, a veces quiero suponer que el embarazo llegó a ser una sorpresa también para ti; lo que te exigí fue que te comportaras a la altura de la decisión que habías tomado y que después no obstaculizaras mi relación con ella.

Dentro de toda esa confusión, como esa parte de mi vida gobernada por el absurdo, una cosa me quedó clara: con los sentimientos y las emociones no se puede jugar. Porque si tu hijo no fue capaz de conmoverte, cuando me esperaba con su mochila puesta para venir a mi casa un fin de semana, a ti ya no te conmoverá nada.



El lenguaje que compone y descompone todo te dio la llave para traerlo y para llevártelo, sin pedir nuestro consentimiento: 


Tu papá no te habla porque no tiene teléfono.
Tu papá no te habla porque está trabajando.


¿Qué pendejadas son ésas? No quiero imaginar qué le habrás dicho cuando te lo llevaste la última vez, en 2008. Lo único que puedo decir es que en esta vida todo lo que tenemos que saber se sabe: sólo espero que mi hijo salga fortalecido con tantos desengaños.

Aprovecho para decirle a Santiago que no he dejado de quererlo, y a las pruebas me remito si tiene dudas: pasé junto a él sus primeros dos años, hice varios intentos por permanecer cerca de él, y diez años después se vino a vivir conmigo durante trece días cuando tenía dieciséis años hasta el primer día que fue a visitarte, cuando aprovechaste de nueva cuenta la influencia que tenías sobre él para llevártelo por última vez.

Ojalá entienda mi desistimiento de ir a buscarlo; tal vez no como la decisión más ética ni la más feliz, pero sí la más sana tanto para él como para mí.


Discúlpame por haber creído en ti, Luz…

(Desde que nos conocimos tuve la intuición de que su nombre Luz Heréndira, así, escrito con H describía una luz que me iba a calar muy hondo, pero jamás pensé que de esta manera.)





Para terminar sólo quiero hacerte una pregunta, para que la pienses y no para que me la respondas. Si eras tan fuerte como te creías; si sólo me buscaste como un semental, pues, ¿por qué no te alejaste de mi vida antes de hacer tantos desfiguros y de llevarte entre las patas sí, patas a tantas personas?


Mira que tuviste tiempo como para pensarlo.


(Hubiera sido mejor para todos que se quedara allá...)

7 comentarios:

  1. Respuestas
    1. Este comentario ha sido eliminado por el autor.

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    2. Qué le vamos a hacer, Brenda...
      ¿Qué puede ser esta vida, si no una sucesión de encuentros y desencuentros?

      Gracias por tu interés en el blog.

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  2. que onda soy gabie mei me gusta como escribes, un gustote andar por aquí. Saludos!

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  3. Hola Gonzalo, Después de tantos años te leo y veo en que gran escritor que te convertiste. Un abrazo por los viejos tiempos y por todo lo que has y he vivido después de los dieciocho. Saludos
    Marcela

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  4. Hola Gonzalo, Después de tantos años te leo y veo en que gran escritor que te convertiste. Un abrazo por los viejos tiempos y por todo lo que has y he vivido después de los dieciocho. Saludos
    Marcela

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