domingo, 10 de junio de 2012

Haciendo cola para conseguir tu amor

Para Elsa Naccarella


Te recuerdo por última vez que ya tengo dos meses esperando, sentado en el camellón que corre enfrente de tu casa, a que por fin se vaya de una vez y para siempre. Te recuerdo que tal y como lo acordamos el 14 de febrero, mi querida Valentina, instalé mi campamento a dos calles del supermercado y con un letrero de Obras Públicas, prevenido ante cualquier posible contingencia.

Incluso me sugirió un amigo colocar antorchas de petróleo para que no lo vayan a tirar los automóviles. Aunque al principio me negué, la cantidad de borrachos que manejan en esta colonia —sin mencionar a tus papás y a tus hermanos— me hizo cambiar de opinión.

Jamás pensé que el odio se podía llegar a sentir por un ser con el que no se tiene ningún trato. Al carecer, sin embargo, del objeto específico para materializarse, mi coraje aumenta y mi pecho se expande; y tal circunstancia reduce las posibilidades de calma y de sosiego. Inclusive tú no me has dicho cuando se irá, y ese factor me genera más ansiedad.

Para hacer realidad un sueño que tengo desde hace varios días, ganas me sobran de ir un día a tu casa para sacarlo personalmente a puntapiés.

Tú no conoces la impaciencia. Para mitigarla conseguí un calendario: a partir de que tú me digas, por poner un ejemplo, "del miércoles de la semana que entra en doce días más se irá de aquí", arrancaré de dos en dos las hojas cada veinticuatro horas para sentirme más tranquilo. Es una tontería, pero me funciona: ya leí todos mis libros al derecho y al revés.


Te doy dos semanas de plazo para que saques ese perro de tu casa, y si no me obedeces me veré en la necesidad de matarlo. ¿Para qué lo compraste? Tú sabes que con el tiempo me volví alérgico al pelo de esos animales.

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