sábado, 23 de junio de 2012

Me caen de madres

A Carmen, a Verónica y a Teresa,
mis tres hermanitas mayores;
me requetecae de madres que sí.



El escritor inventa. Generalmente se cree que la información se extrae de la memoria y/o de la realidad, pero no: es una invención. Escribe en el límite entre lo real y lo imaginario.

Angelina Muñiz-Huberman


La literatura es una gran mentira que dice la verdad.

Gonvazman
 
 
 
Nomás no digas cosas que no son, chavita —todavía le dije, en buena ley, días después de que empezó a salir con sus jaladas; luego de que me dijeron que les andaba diciendo puras incoherencias de lo ardida que estaba. Pero ésa fue la última vez, ¿eh? Después me valió una pura y dos con sal: supongo que nunca la pude convencer de que todas las mujeres resentidas y orgullosas son maloras incluso consigo mismas, pues para entonces no quiso escucharme ni media palabra.
 
—Yo sé bien todo lo que digo y cómo lo digo —todavía me contestó un día, muy chingoncita, con tamaño pedazo de comida en la boca—; me cae de madres que las voy a sablear a las tres. Tú ahorita te ríes —todavía me dijo, fíjense, y apenas volteó a verme—; pero en el fondo eres un pobre pendejo que sólo trata de ir a donde nadie lo llama.
 
Pero claro que me meto en lo que no me importa, simple y sencillamente porque ustedes son mis hermanas. ¿Se dan cuenta de lo que les digo? ¡Mis hermanas! Ora que si no les afecta, pues así la dejamos y punto. Incluso ya sé que van a decir que cómo jodo (y es verdad); pero es que nomás no puedo dejar de repasar la escena: ella contando todas sus putas cuitas a ustedes tres, y ustedes —nomás no se hagan, porque en el fondo les vale queso— sólo bostezan, miran el reloj, sacan la feria e inmediatamente tratan de buscar la mejor manera de quitársela de encima.
 

Ja ja ja: de puro pazguato no puedo aguantar la risa.

Pero si la conozco... Primero aparenta ser muy amiga de todos; ya luego se encaja, ustedes van a ver. Al principio se porta cuatita; pero cuando menos se lo esperen, ¡zaz! Querrá que le inviten la comida, el refresco, el café, los cigarros y hasta el pasaje del microbús. No es medio manchadita: es manchadita y medio.

A los seis meses de que comenzamos a vivir juntos, la gorda se transformó en celadora y me quiso agarrar ora sí que de su puerquito. La inseguridad de una persona puede ser comprensible hasta un cierto punto; pero todo en la vida tiene límites. La puse en su sitio y se mediotranquilizó.

Apenas en la mitad de esta semana, cuando la vi platicar con una amiga, se veía vaciada (pero del cerebro). Le daba unas mordidas a su torta —como si quisiera abarcar la tercera parte—, que hasta los ojos se le ponían bizcos; pero antes de masticar hacía buches de coca cola. Nomás imagínense: ¡supergrotesca!

Un día casi nos agarramos a madrazos en la calle. Casi. La gente nomás estaba ahí de metiche, viendo cómo rodábamos la telenovela: después de leerle una carta que yo le había escrito —para negarme a otro de sus chantajes— me la quiso devolver muy digna, aduciendo que no conocía a la destinataria. “Tírala, pues: seguro a alguien le va a servir” —le dije—; y haciendo el papel de heroína, rompió una botella en la banqueta y me quiso hacer un tajo en el corazón.

Sujetada por un policía, la gorda comenzó a proferir todo tipo de alaridos: parecía un pinche orangután en épocas de celos.

Ay, por favor: esto nomás se lo platico a ustedes. A nadie más, ¿eh? No lo vayan a desparramar por ahí porque se va a hacer este chisme grande. No, cómo creen… Si ustedes fueron testigos: después de todos esos desmadres se formaron alianzas entre nuestras amistades y quedé prácticamente solo, por lo menos durante un tiempo. Pero por difícil que fue de pronto, estuvo mejor: pude pensar con calma, hacer lo que necesitaba y había dejado pendiente.

 
Pues ella entró a trabajar en la Comercial Mexicana: se vistió de payasita y quedó como edecán permanente en el anaquel de los churros y de la cajeta; sí, en donde están los hot cakes, los waffles, los pays y todas esas porquerías que se dicen en inglés.

Pero no le digan a nadie, porque todavía le dijo a sus amigos:
 
—Como estábamos en público no quise sacar el cobre. Pero dejen que me encuentre un día a Gonzalo en la calle: ora sí que por cuentero le voy a romper todo su pinche hocico.

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