jueves, 7 de junio de 2012

Asterisco y el eterno retorno

[…] los perros de la canícula,
círculos que muerden sus rabos.

Carlos Illescas: “Retorno de Ulises”


Después de perseguir mariposas y de comerse algunas, Asterisco levanta la pata sobre las flores de mi vecina, quien nos da permiso de jugar en su jardín. Lo gracioso no es ver cómo se marchitan los rosales, no; sino escuchar los gritos de la señora que, en bata y pantuflas, sale a corretearnos con una escoba.

Asterisco y yo somos inteligentes, pero nos gusta fingir que somos tontos: ya conocemos los berrinches de esa vieja. Cuando no tengo nada qué hacer —o sea, casi siempre— voy a su jardín a jugar un rato con el perro.

Me gusta imitarlo: hacemos pipí en las plantas, corremos un rato y luego me siento a descansar en la banca de piedra. Asterisco se sienta muy serio, me ve, y con la lengua de fuera jadea como si hubiera corrido toda la mañana. Se rasca con la pata derecha, yo con la mano derecha; y luego nos tiramos en el pasto para frotarnos la espalda. Después ya no lo puedo remedar, pues el perro se levanta y empieza a dar vueltas para comerse todas las pulgas que encuentra en su cola.


En verdad me da mucho gusto que las pulgas se mueran: son traicioneras. Una tarde, mientras practicábamos la lucha libre, permití que Asterisco se me trepara. Sentí comezón y luego me salieron ronchas horribles.


Lo que no comprendo es para qué se empeña tanto el perro en alcanzar y comerse a las mariposas: cuando hace caca salen volando de nuevo, como si estuvieran en un capullo. El día que me picaron las pulgas dos o tres mariposas manchadas de caca revoloteaban por el jardín, antes de que Asterisco se las comiera otra vez.

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