miércoles, 6 de junio de 2012

A quien corresponde

Suelo publicar ora sí que demasiado poco mis obras de ficción: casi todos los textos recopilados aquí son inéditos y fueron escritos durante los últimos treinta años. La razón de guardarlos tanto tiempo obedece a un estricto rigor selectivo: prefiero ser desconocido que mal conocido (es lo que me consuela pensar). No por mucho publicar uno se consagra más temprano. Con excepción de algunas lecturas en las que consideré oportuno hacer modificaciones, sin alterar la esencia de las historias —o alterándolas un poco, Dios dirá—, los textos son fieles a la idea con que fueron escritos.

Antes de sentarme frente a la hoja en blanco, me consideraba una persona sociable que hablaba con gran facilidad a las demás y tenía muchas amistades; pero este hecho precisamente me alejaba del aislamiento y de la concentración que requiere la escritura. Cuando se fue acercando a mi vida la conciencia de la soledad, surgió en mí una gran necesidad expresiva. Al mismo tiempo, la decadencia del mundo material y espiritual me hizo dudar del Honor como de la Disciplina y de la Moral como de la Constancia: medallas que nunca gané en la primaria lasallista en la que fui recluido, pero cuya pérdida sentó la base de un rebelde contra la autoridad de sus padres y profesores.

Cuando comencé a escribir —con tantas distracciones por querer hacerlo sobre tantas cosas— mi literatura era una suerte de viaje a mi interior, hecho que me permitió explorar dicho universo con las palabras que estaban a mi alcance. La soledad se convirtió en el espacio donde descubrí un estímulo más auténtico —el punto de partida, el itinerario y el puerto, que siempre vienen conmigo— y un camino iluminado por los libros que comencé a leer. A partir de entonces aprendí a escuchar lo que ciertas personas me decían o hablaban entre sí: no sólo para percibir sus mensajes, desde luego, sino también la forma como solían expresarlos. A lo largo del libro puede percibirse un intento de recuperación en este sentido.

Esa conciencia de la soledad, hasta la fecha, me ha permitido caminar por la vida como un solitario acompañado por varios grupos de amigos. Gracias a ella sobrevivo porque entiendo, unas veces mejor que otras, que todo lo terrenal está sujeto a su propia transformación. Y porque lo bello puede desaparecer de pronto —de manera trágica o incomprensible—, la presente selección de textos intenta reflejar la conciencia de ese tránsito. Eso tal vez explique por qué recurro en ciertos textos o fragmentos a la escritura automática, como una forma de autoexploración, y de manera terca a la experimentación con el lenguaje: instrumento que me permite salir al mundo, vivir en él y regresar por las noches a soltar la imaginación un rato.

Pues que todo lo bello sea infinito mientras dure.
Si hemos de encontrarnos algún día, nos encontraremos.

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